En estas dos escenas, la protagonista (Glitch) recuerda una noche en una discoteca. La primera vez que yo fui a una, se me apareció como si fuera un lugar ubicado entre el mundo de los vivos (arriba) y el submundo (abajo).
XIII
(Glitch)
Aquella noche en la que bajamos
para hacer las primeras armas
del atentado, no sabíamos
qué podía pasar
eramos tres, ninguna tenía miedo
pero tampoco esperanza
esa noche nos habíamos
encontrado
con el paquistaní de
encrespados cabellos,
que nos dejó un
cargamento
que nos desviaría
finalmente
de nuestro rumbo tan
seguro,
y nos dejaría en este
río
una vez que bajamos a Basis,
siempre cubierta por la
oscuridad,
a la que nunca el sol
desde arriba
jamás había tocado, aún
en noche estrellada,
ella es sólo una noche
que se extiende sombría,
me sentí mal, yo
desnudaba del flanco
el agudo cuchillo que
llevaba
porque me gustaba
provocar
bebimos
todos los muertos
bailaban
bebimos vinos dulces,
finalmente, agua
esparcí la blanca
harina, jurando
que al volver
sacrificaría de mi casa
lo mejor que
sobresaliera entre mis cosas
aplaqué con plegarias y
votos
a las turbas de quienes
que se nos acercaban,
pero les habría cortado
el cuello con gusto
negras sangres entonces
me asolaban entre esas
esposas
y solteras, mancebos con mil pesadumbres leves,
y tiernas jóvenes con el ánimo afectado
por
un dolor reciente y muchas heridas
por
lanzas que dejaron su vida en la lid,
sus
armas sangrantes,
andaban
en grupos aquí y allá, a uno y otro lado,
con
un clamor horroroso
yo,
presa de lívido miedo,
les pedí a mis amigas que me contuvieran.
*
XIV (Glitch)
Vimos llegar a Lón, mi
amigo
–todavía yo no estaba
tan mal–,
el de anchos caminos:
“mi cuerpo insepulto”,
decía él, “y sin
duelos”, exageraba
lloré cuando lo vi,
porque estaba emocionada
y, como si otra hablara
fuera de mí,
me escuché decirle:
“Lón ¿cómo has bajado
a esta nebulosa
oscuridad? ¿has llegado
antes a pie que yo en
mi negra noche?"
el me respondió:
“Glitch, divina y rica,
me perdieron mi suerte
fatal
y el exceso de vino, yo
bien sé que tu sólida nave
desde aquí pondrá rumbo
otra vez
al islote de una mejor
vida,
te pido, reina, que te
acuerdes de mí allá,
te lo ruego, no me
dejes allá en soledad,
sin llorar ni sepultar
mi cuerpo vestido
de todas mis armas, y
levantá una tumba
a la orilla del mar
espumante que de mí,
desgraciado, refiera a
las gentes futuras”
presté mi oído a sus
súplicas, y le dije:
“cumpliré”,
charlamos,
sentados, cambiando dolientes
y dulces palabras, yo
protegía
con mi espalda la
sangre y la sombra de mi amigo,
cuajado, alto de cruz y
bien armado
las tremendas
volteretas y las cornadas de su coraje
y la impavidez de su
paso
eran la latitud de sus
actuaciones nocturnas
en la geografía de su
cuerpo,
se dibujaba el garabato
de los revolcones
y esa sastrería me
ponía celosa
y alerta cuando lo
miraba
entonces llegó el alma
de mi droga
a la sangre antes
“¿para qué viniste?” me
preguntó,
“para que beba de la
sangre y te diga la verdad”,
le dije, y me quedé
aparte,
porque suelo fallar a
veces
las regiones del alma
son templadas
y relativamente
delgadas, en parte sólo
por la distribución de
las virtudes,
pero tienen una
fidelidad excepcional
con la acústica de la
voz que las emite
y encarna,
ocasionalmente suenan
como un parloteo
inmotivado,
aún detrás de las
palabras:
un aleteo que puede ser
más o menos
intrascendente o
molesto
muchas veces, ese
parloteo viene
con una musiquita que
nos calma y acompaña,
como esta noche, en la
que necesitaba
–por ese encuentro que
me llenó de tristeza–
la compañía de esas
regiones
me recuperé finalmente
de las oscuras visiones
conversamos
animadamente,
emplumadxs de amor
finalmente, partimos lejos de esos peligros
y permanecí en paz.