Judí de sangres crísticas (formas de vida)
En un bloc de notas en el teléfono estoy escribiendo una suerte de diario dedicado a un asunto personal que me afecta bastante, pero que es perfectamente intrascendente para el resto del mundo. Lo hago porque me sirve poner algunas cosas en palabras con sinceridad y, también, porque (no es para nada mi primera intención, sin embargo, dedicándome a escribir "a la manera literaria", como dice una de las frases escuchadas en mi trabajo, mi triste trabajo...), espero, secretamente, que algo suceda en un sentido poético. De todas maneras, insisto, se trata de notas catárticas, un acompañamiento escritamente personal, confiado en el devenir de la escritura como "confesión" o algo parecido.
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Durante la pandemia, también, me dediqué al estudio del judaísmo. Una "teología minimalista" como escuché decir por ahí que me resulta muy atractiva, aunque debo conceder (para no repetir "confesar") que mi aproximación al judaísmo viene mediada por la constante lectura en ambientes universitarios de Walter Benjamin, por supuesto, y ultimamente, por pensadores como Franz Rosenzweig. Me siento errante y un poco peregrino: pescador en Galilea, comerciante por las estepas del Asia Central, poeta en Austria-Hungría y Tucumán, puras construcciones de mi imaginación que siempre me lleva de aquí para allá. He jurado por los evangelios, alguna vez. Fui sincero entonces. Lo soy ahora. Aquel juramento fue una toma de posición teológica que se tocaba con mi niñez, cuando leí una y otra vez las historias sagradas hebreas, y los evangelios, por supuesto: en mi cabeza (en mi corazón), jurar por los evangelios fue jurar por las escrituras que los prefiguraron (en la visión de los padres de la Iglesia, la que retomaba Erich Auerbach en Figura). Conté que al hacerlo me sentía como si mis palabras me llevaran hasta Góngora, un cristiano nuevo. Ahora estudio fiestas, historia, leo las parashiot (las porciones diarias de la Torá), canto Salmos, y me manejo con cierta ética basada en los preceptos: soy judí de sangres crísticas.
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Pero ha muerto Maradona. En mi adolescencia, plena adolescencia, "cosa grácil, visible por penumbra y reflejo", viví el Mundial 86, yo amaba al fútbol (que había descubierto recién a los once años), iba a la cancha de Independiente en Avellaneda: Diego era uno de mis héroes, y creo que mi primera experiencia con la belleza del (des)equilibrio fue con sus jugadas. Cuando él fue a Napoles, mi imaginación se iluminó de la luz mediterránea y el poder ctónico de esa ciudad, cuya deriva llegó, gracias a participar de la cátedra Siglo 20, hasta escribir un pequeño texto que quedó inédito sobre castratos, sirenas, y una novela de César Aira, y a tener una conversación con un amigo durante una noche de música barroca, que fue publicada en un diario. Frente a esa ciudad, que no conozco, nació mi abuelo Aniello ("Daniel", en Argentina). No pude escribir mucho sobre él, no sé qué podría decir. Me alegra haber podido escribir sobre estos temas, que parecen lejanos, en principio, pero que están claramente en sintonía.
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