Un sueño con dos músicos
Le conté a Luciano Azzigotti que soñé que me visitaba Oscar Strasnoy. En la luneta de su pequeño auto, un modelo italiano de los años '70, yo le dejaba de regalo una nueva traducción del segundo tomo de la Reserche: A la sombra de las muchachas en flor, el volumen de la novela de Proust en el que hacen su aparición Albertine y sus amigas ("una cuadrilla de muchachas", en la traducción de Salinas) en el balneario de Balbec. ¡Ah!, cuántas cosas se han dicho de esa aparición llena de vitalidad, gracia y displicencia adolescente -pajarillas en la rambla-, muchísimo se han referido, de una u otra manera a ellas: desde Adorno (algo así como que "las muchachas de Balbec son las niñas en flor de Parsifal", no encuentro la cita), hasta Tiqqun y su teoría de la jovencita. El narrador queda prendido de ellas y sólo desea llegar al hard-kore de la aparición nínfica, que sabe imposible, y que compromete al mismo tiempo, en una suerte de rubatto temporal que toca (o que provoca, claro: la transformación es inmanente) la escritura con el paso robado -el ryhtmos- de las jeunes filles; es también la aparición de las chicas súper sanas y esbeltas en lo que hasta entonces eran paseos familiares costeños (así de moderna es la novela):
-No, no -me retaba Strasnoy-: te estás yendo, otra vez, por las ramas, estás escribiendo el libreto de una ópera sobre Kore, la idea de Azzigotti está bien, concentrate.Por un momento, cuando pasé junto a la muchacha carrilluda que iba empujando la bicicleta, mis miradas se cruzaron con las suyas, oblicuas y risueñas, que salían de ese fondo inhumano en que se desarrollaba la vida de la pequeña tribu, inaccesible tierra incógnita a la que no llegaría yo nunca...
Estábamos en Napule (en cuyas costas, murió ahogada una sirena, cuna del canto castrato), mientras la pandemia arreciaba.
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