19 feb 2023

Castrati, sirenas y archivos musicales del siglo XX


El archivo musical del siglo XX (fragmento) 

Por Daniel Link y Diego Carballar

https://revistas.cientifica.edu.pe/index.php/desdeelsur/article/view/1353/1083

DL: La Bartoli es una bestia, ¿no? Pero lo es en sentido literal. En esta aria [«Son qual nave» de Riccardo Broschi] me impresiona (como a todo el mundo) lo mucho que sostiene en el tiempo el primer verso (además de desencadenar una risa incómoda, pone la carne de gallina), pero también el  delirio  de  las  «coloraturas»,  que  transforman  el  canto  en  una  cosa  animal, vacío de todo sentido que no sea la celebración del propio canto. ¿Cómo hace eso una mezzo salida de un programa de talentos (Italia’s got talent, digamos)? ¿Y para qué?

DC:  No  sabía  que  había  surgido  de  un  programa  de  TV.  Ella  tiene  conciencia  de  su  «visibilidad»  y,  te  diría,  de  cierto  «toque  monstruoso»:  en  la  tapa  de  un  disco,  Mission,  aparece  pelada,  directamente.  En  las  entrevistas  para  presentar  Sacrificium  (el  disco  dedicado  a  los  castrati) mencionaba a Michael Jackson. ¿Te acordás? Hoy es el monstruo máximo. Ella decía que era un castrato de nuestro tiempo.

DL: Sí, sí. Justamente pensaba en eso. ¿Cómo hace una mezzo, que por su registro está condenada a los «personajes de carácter» o las «villanas» para salirse de ese casillero de segunda, para llegar al lugar de la Diva total: investigando y sacando del archivo las partituras escritas para voces como la suya, no importa si entonces eran desempeñadas por un castrato o por una mujer. O sea: por un lado una operación casi de marketing, pero que arrastra consigo toda una concepción del canto, porque inmediatamente, como vos decís, su cuerpo la acompaña: aparece pelada, vestida de varón, toda  su  gestualidad  acompaña  lo  que  canta  (creo  que  vos  habías  dicho que los castrati se usaban para los roles soberanos; en todo caso es así en Julio César: fue Senesino quien la cantó en su estreno de 1724)... Hay ahí algo  raro,  misterioso,  que  liga  una  operación  completamente  obvia  (de  mercado) con un giro copernicano. Ahora hay mil mezzos y contratenores cantando el repertorio que rescató Cecilia del olvido.

DC:  Es  un  misterio,  también.  Lo  cierto  es  que  Cecilia  rápidamente  comenzó  a  cantar  TODO.  Empezó  con  el  bel  canto  y  el  repertorio,  pero  en seguida viró hacia los bordes (tempranas —si cabe decir así— óperas de  Mozart,  como  Mitrídates)  y,  sobre  todo,  a  esas  óperas  barrocas  llenas  de brujas sarracenas (Rinaldo) en donde dio rienda a su bestialidad total (siempre  hay  un  bosque  en  el  que  perderse  de  la  civilización).  Ella  es  la  que protagonizó el renacimiento vivaldista (¡en 1999, al borde del siglo!) con  un  disco  que  lleva  su  marca  de  investigadora  (he  ahí  otra  virtud).  Revolvió archivos, hasta dar con un momento delirante de la música: los castrati. Se identificó con esas figuras de cortes eclesiales y barrocas, que estaban  al  borde  también  de  la  cultura  y  la  civilización,  como  los  niños  lobo que apasionaban al siglo XVIII. La «neutralidad» de les cantantes de Lieder, que habían interiorizado la castración, como decía Barthes, ella la hace explosión y nervio valvular.

DL:  Totalmente:  ahí  se  nota  su  capacidad  imaginativa,  porque  hace  coincidir  lo  sobrenatural  de  la  voz  del  castrato  (que  no  se  corresponde  con cuerpo natural alguno), con lo excepcional del lugar del soberano y, además, con la animalidad. Me reía cuando pasé el aria en la clase porque me  hizo  a  acordar  de  «Josefina,  la  cantante»,  cuando  Josefina  amenaza  con suspender las coloraturas y el pueblo de los ratones no entiende de qué  habla.  ¿Vos  decías  que  el  registro  de  ella  permite  considerarla  una  tenora?

DC: Lo decía Deleuze —quien amaba Wozzeck y Lulu de Alban Berg por razones similares a las que estamos mencionando—: la voz del soberano era representada por una voz excepcional, una voz en estado de excepción (en los Estados Pontificios). Pero también cantaban a Orfeo y Eurídice: la historia primera de la ópera. Decís que es «una voz que no se corresponde a un cuerpo natural», tal cual. En las cortes vaticanas, habitadas por «aquellos personajes  coloridos,  excéntricos,  verdaderos  ultrajes  a  la  verosimilitud»  (como cuando uno escucha a Bartoli), «que agitaron su historia, los únicos que se plantaron a la altura de ese reino, monarquía electoral sin par en esa vida que podríamos llamar real» (como escribe Edgardo Cozarinsky en uno de los diálogos de ¡Burundanga!). Los castrati eran producto de una regla paulina («Mulieres in Ecclesia taceant», I Corintios) que fue extremada hasta  un  delirio  inmoral  (amoral,  o  lo  que  sea).  Bartoli,  por  supuesto,  ya  había trabajado con lo prohibido y los tabúes barrocos (Opera proibita). En ese sentido, es una tenora, porque ella misma se presenta en el lugar de lo prohibido, del tabú, del cuerpo (como cuando cantó a María Malibrán, que  fue  Romeo,  Amina,  Norma...  de  Bellini,  papeles  para  soprano)  y,  bueno,  como  Nico  fue  barítona,  ella  es  tenora.  Bellini  fue  el  último  de  los  músicos  de  una  escuela.  Nació  en  Catania,  lugar  al  que  desterraban  a  los  Papas  inviables.  Así  como  el  volcán  Vesubio  en  Nápoles  (donde  al  grito de «evviva il coltellino!» o ¡viva el cuchillo! los napolitanos castraron a 4000 niños al año «en favor» del canto), en Catania se encuentra el Etna. Siguiendo una posible especulación acerca de voces de castrati y fuerzas ctónicas, la ciudad de Bellini (uno de los últimos operistas belcantistas en posesión  total  de  la  escuela  y  umbral  de  la  transfiguración  wagneriana),  nos da otra línea de intersección más. «Catania, en el primer año del siglo XIX, era un lugar apto para milagros», dice una biografía del músico. Hay algo  animal,  bestial,  in-fans,  en  todo  esto.  La  voz  de  los  castrati  era  una  sutura  barroca  entre  la  infancia  y  los  lobos.  Efectivamente,  la  música  de  Bellini  —de  un  afecto  melancólico,  lunar  (Norma)  y  sonámbulo  (La sonnambula)— puede ser oída como una de las últimas manifestaciones belcantistas y melodía infinita en el futuro (con Wagner), cuya resonancia (aun en la disolución armónica de largo aliento) transmitirá el secreto de las  voces  siempre  a  punto  de  morir  (por  modernidad,  por  agotamiento,  por  amor)  como  la  del  castrato.  ¿Qué  otro  futuro  le  podría  esperar  a  la  voz (del castrato, del niño, de la mujer, de la niña y del pájaro), además de cantarle a un príncipe enfermo de melancolía, sino derivar —felizmente, de eso se trata la música— en vida?

DL:  Riccardo  Broschi  (Nápoles,  c.  1698-Madrid,  1756)  era  el  hermano  mayor  de  Carlo  Broschi,  más  conocido  como  Farinelli  (el  de  la  película),  uno  de  los  grandes  divos  de  la  época.  Artaserse,  de  donde  está  tomada  el  aria  «Son  qual  nave»  que  canta  la  Bartoli,  fue  escrita  en  1734.  Yo  no  escuché  la  ópera  completa,  pero  debe  de  ser  un  bodrio.  Es  un  pastiche  hecho  sobre  la  base  de  la  ópera  inconclusa  del  poeta  Pietro  Metastasio  y  el  poeta  Leonardo  Vinci,  quienes  habían  robado,  a  su  vez,  de  El  Cid  y  Xerxes de Corneille y Crébillon, respectivamente. O sea que la cuestión del archivo está inscripta en el nacimiento mismo de la ópera.

*

(Si encuentran un "paper" más sexy, por favor me avisan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario