Anoche, cuando Eloísa se quedó dormida, miré hacia oriente y, de pie, repetí unas palabras milenarias. No sé si fue un rezo, fui sincero y leí con atención lo que estaba escrito en un archivo del teléfono. Al acostarme, leí, también del teléfono, una propuesta del teatro La Fenice: escuchar, registrar y reproducir los sonidos de la noche. Me gustan los ritos, los movimientos rituales, las formas de vida.
La última filóloga
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Élida Lois tenía una voz incomparable: con la misma gravedad de la de Olga
Orozco, pero sin los rastros de tabaco y alcohol que la poeta necesitó para
es...
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