Mientras escribía ese texto, ocurrió que la historia, digamos así, comenzó a proponerme un camino que no era el que había trazado. Las secuencias narrativas y las imágenes asociadas a ellas se repetían: comenzaba a escribir algo y, al poco tiempo, aparecía lo que reconocía como la misma idea, la misma situación o el mismo diagrama. Pensé que esto era evidencia de mi poquísima inventiva, lo que es cierto porque soy muy falto de invención. Sin embargo, quería seguir escribiendo esa historia, aún con este problema, porque no había pensado en una historia minimalista, pero minimalista (a pesar del barroquismo general) estaba saliendo. Antes de que me diera cuenta de que, invariablemente, una y otra vez volvía a escribir más o menos algo parecido a lo que ya había escrito, intentaba torcer el rumbo, cambiar las cosas de lugar… ¡abandonar la escritura! Escribir me da muchísimo trabajo, aún más que leer, que también me resulta bastante complicado, cada vez más. Muchos escritores, diría que la mayoría de aquellos que me interesan o que más me gusta escuchar en entrevistas, hablan siempre del imprevisto, de que escribir es someter la propia deriva a una deriva diferente: ni ajena ni propia, ni subjetiva ni totalmente objetiva; siempre están hablando del “material”, de la imposición por parte de la misma deriva, digamos así. Oscilan entre el sonambulismo y el dictado. Yo no sé si eso es cierto, pero me tranquilizó pensarlo de esa manera: lo que tenía que hacer era empezar a contar lo que quería contar, asunto que, sinceramente, a esta altura ya no puedo decir bien de qué se trataba, pero quería seguir haciéndolo, y mientras contaba, entregarme al bucle, a la repetición, a la obsesiva persistencia de esas imágenes que, como pequeños diablitos, venían a ordenar la progresión con el murmullo de algo que ya había escrito. Entendí que no iba a poder escribir mi novelita –de eso se trataba– si no me amigaba con esto que me estaba pasando. Así lo asocié, de manera metafórica y clínica, con la invención musical, como si cada escena volviera a trabajar con una serie de elementos que a esa altura ya había reconocido, para someterlos a variaciones (invariantes), en este caso, de una música verbal. Ahora sí, estaba yendo hacia alguna parte: no se trata tanto de una novelita sino de una pequeña rapsodia de obsesiones dichas por otras voces.
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